OPINIÓN/REDACCIÓN
Este año, la Universidad Tecnológica de Nezahualcóyotl (UTN) cumplió 33 años de existencia, una trayectoria que ha sido clave en la formación de miles de jóvenes en una de las zonas más desafiantes del Estado de México. Sin embargo, en lugar de celebrar este logro con el reconocimiento y la apertura que una institución educativa de su calibre merece, la administración actual, encabezada por el rector Armando Alejandro Elizais Flores, optó por una conmemoración discreta y poco incluyente, dejando fuera a actores fundamentales que han sido parte de su historia.
Es alarmante que en esta ocasión no se haya extendido la tradicional invitación a los exrectores que, con su liderazgo, aportaron al crecimiento y prestigio de la universidad. Ellos, que en diferentes momentos enfrentaron retos presupuestales, sociales y académicos, merecen ser reconocidos en una fecha tan significativa. Su ausencia en este aniversario no es solo una falta de cortesía, sino un gesto que refleja poca sensibilidad política y una desconexión con la comunidad que forjaron.
La exclusión de los medios de comunicación, que históricamente han dado visibilidad a los logros de la UTN, añade un nuevo nivel de preocupación. Los medios han sido una herramienta clave para proyectar los avances académicos, los logros de sus estudiantes y la relevancia de la institución en el ámbito educativo. ¿Por qué, entonces, cerrar las puertas a estos aliados estratégicos en una celebración que debería haber sido motivo de orgullo y transparencia?
El actual rector, Armando Alejandro Elizais Flores, parece haber ignorado el sentido común al limitar esta celebración a una esfera cerrada, cuando la universidad, por su naturaleza, debe ser un espacio de pluralidad y participación. Este tipo de decisiones no solo minimizan la importancia de la ocasión, sino que también privan a la comunidad universitaria de una oportunidad para reflexionar sobre su propio legado y proyectar su futuro con una visión colectiva.
En un contexto político y social en el que la inclusión, el diálogo y la construcción de comunidad son más necesarios que nunca, es incomprensible que la administración de la UTN haya optado por una celebración que deja a tantos fuera. En lugar de fortalecer los lazos entre el pasado y el presente, entre la universidad y su entorno, se han levantado muros de indiferencia.
Este 33 aniversario pudo haber sido una plataforma para reconocer a quienes han contribuido al desarrollo de la UTN, para mostrar a la sociedad la importancia de seguir apostando por la educación pública de calidad, y para proyectar una universidad unida, orgullosa de su pasado y preparada para los desafíos del futuro. En cambio, ha quedado como un evento opacado por la falta de visión y sensibilidad.
El rector Elizais Flores tiene aún la oportunidad de corregir el rumbo. La comunidad universitaria y la sociedad en general esperan un liderazgo que entienda la importancia de honrar el legado de quienes han hecho posible que la UTN sea lo que es hoy. Celebrar 33 años de vida institucional es, sin duda, un logro, pero hacerlo sin incluir a quienes lo hicieron posible es un desatino que no debe repetirse.